sábado, 13 de junio de 2009

LOS QUINTOS

En la vida de todo joven campesino había tres fechas clave, la primera pagar la “cuartilla”, de la que ya he hablado como entrada en la mocedad oficial, la segunda entrar en “quinta”, ser formalmente aspirante a soldado y la tercera hacer “la mili”,cumplir el servicio militar obligatorio.
Refiriéndome a la segunda de ellas diré que en este pequeño ayuntamiento de Moratinos, el día del alistamiento de los mozos de reemplazo se celebraba una pequeña fiesta entre oficial y tradicional.
Siempre en la mañana de un domingo, previa notificación, se celebraba sesión extraordinaria de todo el ayuntamiento para proceder al reconocimiento y talla de los quintos. El médico titular efectuaba el registro y recogía en acta cualquier alegación de impedimento que libremente expusiera el mozo, cuya resolución correspondía fallar al tribunal médico militar de Palencia.
En plan festivo desde el balcón del ayuntamiento, como si se tratara de una boda o bautizo, se tiraban almendras y caramelos que eran recogidos con singular alborozo, especialmente por la chiquillería.
En el salón de actos se servía un refresco–vermú a todos los asistentes, incluido el médico y padres de los quintos que quisieran acompañarles en el acto. Como primera paga del Estado, los quintos recibíamos una cantidad indeterminada que dependía de la generosidad del ayuntamiento y como regalo un buen paquete de almendras.
Al ser este ayuntamiento mancomunado con el de Lagartos, pagaban y tenían el mismo secretario. Este, para comodidad suya y del médico, citaba aquí a los quintos de Lagartos que en aquel año coincidió ser el único que había bastantes conocidos y amigos nuestros.

Para celebrar también la fiesta de los quintos en su pueblo de Villambrán, anejo a Lagartos, nos invitó a pasar la tarde con toda la mocedad, y queriendo dar más realce a la visita, nos aconsejó que subiéramos a caballo y él se encargaba de su acomodo.
Como gracia especial del día de los quintos, pues siempre lo hacíamos en bicicleta, nuestros padres accedieron a que llevásemos las yeguas que dos de nosotros teníamos llevando a la grupa al tercer quinto en cuestión.
Con nuestras cabalgaduras un poco más limpias de lo normal, nos pusimos en camino en una tarde primaveral del mes de Abril.
El sol en lo alto hería nuestras pupilas y las yeguas, una con doble carga, al subir las cuestas que en el camino de herradura había, hendían sus grandes cascos con decisión en la tierra y mantenían el paso fuerte y decidido.




Para cortar distancia el camino, en un buen trecho, cruzaba por un monte bien poblado de hermosos robles, que con su sombra y frescura, atraían a un gran número de moscas y tábanos, deseosos de chupar la sangre de cualquier viviente que por él cruzara. Esta circunstancia no fue desaprovechada y tan pronto entramos en el monte, una nube de ellas nos envolvió y las largas colas de las yeguas comenzaron su abaniqueo continuo para espantarlas.
Al cortarlas la crin, para que no se rozaran con el “collerín “en las labores de tiro, sus ojos y lagrimales quedaban indefensos ante el tropel de moscas que nos seguían. Como defensa tenían que, de cuando en cuando, levantar y bajar su cabeza bruscamente para espantarlas .
Cuando más despreocupados íbamos contemplando la explosión de los primeros brotes del roble, un seco graznido casi espantó nuestras cabalgaduras.
Sobre un alto roble, a la vera del camino, revoloteaba un grajo, que al levantar el vuelo sus negras y brillantes alas se destacaban sobre el azul del cielo.
Las vigilantes urracas, que aquí llamamos “pegas”, pronto se dieron cuenta de nuestro paso y graznaban de mata en mata moviendo su larga cola blanquinegra al ritmo de sus continuos saltitos y parece que están condenadas a estar siempre en movimiento. Gran fortaleza física la de estos córvidos que, a pesar de no tener garras ni pico de gancho, no dudan en disputar cualquier presa a rapaces de su corpulencia como el cernícalo, el azor y otros. Por su inteligencia son fáciles de domesticar y aprenden alguna palabra o trozos cortos de música. Su vigilancia es tan efectiva en el campo que siempre son las primeras que se enteran de la existencia de cualquier animal enzarzado o muerto, comiéndose las partes más blandas y sabrosas.
Con su acompañamiento llegamos al final del monte desde donde se divisaba el pueblo en cuya entrada había grupos de curiosos que propagaron la noticia.
Recogidas las yeguas en la cuadra de nuestro amigo, salimos a la era del pueblo donde, su verde yerba destacaba la blancura de alguna “maya” temprana, paseaban dos grandes hileras de al menos quince mozas en cada una. En una de ellas paseaban las mayores, que pudiéramos llamar casaderas, y en la otra las más jóvenes.










Los mozos, también en pandilla , nos cruzábamos con ellas observando el panorama y según nuestro amigo el salir con una chica era casi obligado en todo quinto que se preciara.
Entre las mozas vi a una que había estado de “apañila” en Moratinos. Siguiendo la costumbre del lugar, que era seguirlas los mozos un trecho en el que los nervios de ellas se desataban por la incertidumbre del que las fuera a sacar a pasear. Para calmarse se intercambiaban los puestos con extrema facilidad procurando dejar a los extremos a las que tuvieran novio formal.
Con este nerviosismo tan pronto como tocabas a una en el hombro acompañada de la frase ritual, por favor, abandonaban la fila y seguían a tu lado.
Recuerdo que este ritual desconocido me impactó, así como la gran cantidad de chicas que en este pueblo había y de haberse casado con chicos de por aquí se hubiera logrado el bienestar y futuro de estos pueblos, fracasando desgraciadamente esto por el problema de la emigración.
Acompañé a esta chica con agrado dando varios paseos por la amplia era ya al oscurecer, las parejas se rezagaban como queriendo alargar el paseo, ya que la tarde era buena y daba gusto sentir el oscurecer con una chica agradable.
En una pequeña plaza del pueblo confluían las puertas de entrada a tres casas en las que estábamos “pelando la pava” otras tantas parejas. Como estas entradas servían también para el paso de carros eran amplias, según costumbre de muchos pueblos especialmente en los páramos. Como casi siempre, para facilitar la entrada, estaba abierta la medía puerta y desde esta se veía todo el patio interior con las puertas que en él confluían.de la casa, cuadras y demás dependencias.
Estando en estos menesteres de pareja, vi salir con un farol en la mano a un hombre de buena estatura que con pasos parsimoniosos se acercaba a nosotros. A la luz mortecina del farol no podía distinguir su cara ni entendía la finalidad de su paseo para mi tan novedoso. Cuando estuvo a nuestra altura, acercándome la luz al rostro comenzó, muy cortésmente, a tomarme la afiliación comentando los pormenores de mi familia a la que conocía por haber “retejado”en sus tiempos de albañil la casa de mi abuela Nicasia.
Excuso deciros las protestas de indignación que invadieron a mi acompañante por la conducta un tanto descarada de su padre, que con el mismo aplomo y farol en ristre, prosiguió la investigación de las otras dos parejas, concluida la cual se retiró inmutable a su casa aguantando la lluvia de improperios que le lanzaba su hija.

Terminado el compromiso de estar con una chica en día tan señalado con las promesas y piropos de rigor, nos despedimos de nuestro amigo y familia dejándoles satisfechos por la buena opinión que en el pueblo había promovido nuestra presencia.
Montando en nuestras cabalgaduras emprendimos ya de noche, la vuelta a casa, pasando por Lagartos, pueblo ya pequeño en aquellos años, y entrando en la plaza sin apearnos, dimos cuatro voces para denotar nuestra presencia.
También dimos la ronda preceptiva en nuestro pueblo poniendo el punto final al día de los quintos.


A continuación escribo unos versos que me han surgido después de haber escrito el artículo.

Dichosos aquellos tiempos
en que quinto me llamaban
dichosos los veinte años
¡quien de nuevo los pasara!

Objetores de conciencia
en aquel tiempo no había
pues este especial camelo
ningún cuerdo se creía

Con el haber del soldado
el Estado te pagaba
todo el tiempo de mili
que en su servicio gastabas

Felices aquellos tiempos
que empezabas el flirteo
no quiero lo que me dan
lo que no me dan si quiero.

No hay comentarios: