lunes, 31 de agosto de 2009

COLMENARES Y ABEJAS


Construcciones rurales tradicionales son los colmenares, que contribuyen a la economía domestica de subsistencia aportando un producto tan natural y exquisito como la miel.
Con este fin en casi todas las casas labradoras tenían una colmena, que si había suerte con los enjambres, se iba agrandando con el tiempo, llegando en algunas casas que yo conocí en San Nicolás, a formar un número de diez o quince colmenas, cuya producción de miel ya se comercializaba.
La orientación del colmenar siempre ha de ser la del mediodía para aprovechar al máximo el calor del sol, especialmente en invierno.
El material que más se usaba por aquí eran los cestos deteriorados de vendimiar, que convenientemente forrados de barro y paja se colocaban fijos en una pared en hilera o superpuestos si la pared no era muy larga. En el hondón del cesto se dejaba un agujero que se llamaba “aviadero”, por el que entraban y salían las abejas y para que se posaran mejor, debajo de él se ponía un trozo de madera o teja.
El sitio mejor para la ubicación de un colmenar es sin duda dentro de los huertos familiares para el mejor aprovechamiento y polinización de su variada flora, aunque también es buena su posición en los corrales que por aquí existen e incluso en cualquier rincón soleado. Es tal el sentido de adaptación de este singular insecto, que a veces nos sorprende saliendo por cualquier grieta o agujero de los sitios más insospechados.
De entre los muchos que entonces se dedicaron a cuidar las colmenas recuerdo al tío Bautista, del que ya os he hablado por ser mi maestro sacristán, que tenía un gran conocimiento y afición a las colmenas sin duda heredado de su padre que tuvo siempre un buen colmenar. A su hijo, con el oficio bien aprendido sin darle la menor importancia y casi sin protección, le vi coger varios enjambres
provisto de un “escriño” y un paño blanco que ponía de sombra. Una vez que tenía a la mayoría de abejas en el escriño ponía este boca abajo sobre el paño blanco y aguardaba sin prisas a que la mayoría entrara y si quedaba alguna rezagada la ofrecía generoso su mano en la que nos las mostraba para enseñarnos que eran animales inofensivos, si no los maltratabas o asustabas con movimientos bruscos que les incitaras su defensa.
Con su amor y dedicación llego a tener un buen colmenar cuyo rendimiento en miel excedía con mucho el consumo familiar por lo que tenía que llevarlo a vender a Sahagún en el carro de par, cargado con ollas y bidones repletos de sabrosa y dulce miel.
Muchas son las anécdotas y tradiciones sobre la recogida de enjambres. Aquí todo enjambre que estuviera posado en lugares comunes como calles, bardas, árboles o demás arbustos campestres, era propiedad indiscutible del primero que la pusiera sombra. Si el enjambre estaba en el aire era del que primero que le acompañara en su trayectoria, tocando una almirez o botella cuadriculada, cuyo sonido se decía estimulaba su pronto asentamiento.
Por su rareza os contaré una, para mí, superstición, que leí en un libro de Fidela Perez editado por Caja España, en el que dice existir aún testimonios vivos en los pueblos leoneses de Rodrigatos de la Obispalía y Ucedo de esta costumbre. Consistía esta en poner una calavera de caballo, asno, o vaca sobre la colmena que iba a enjambrar, en la creencia de que la abeja reina al verla en su emigración no lo hiciera muy largo y enjambrara en sombra próxima que facilitara la cómoda recogida por su dueño.
Sobre este tema citaré algunos refranes.
- Si quieres vivir sin trabajar ten ovejas, abejas y palomar.
- No compres cosa vieja, no siendo miel o teja.
- Antes de San José, mi colmena cataré.
- Si la abeja ves beber muy pronto verás llover.
Todos estos usos y tradiciones antiguos se acabaron con la barrosis enfermedad muy contagiosa que en poco tiempo mató a todos los colmenares que, instalados en cestos, no pudieron ser tratados con los medicamentos necesarios.
Un chico de San Nicolás con mucha afición a esto, leyendo libros de apicultura y acudiendo a cursos y conferencias, ha logrado hacerse técnico en la materia y juntar un buen número de colmenas móviles, que ha tenido que separar, llevando la mitad a un caserío cercano para mejor aprovechar la floración autóctona.
Aconsejados por él, unos parientes míos han empezado ha usar los cajones modernos y una farmacopea variadísima en contra de muchos males que modernamente les ataca.
A pesar de tantos tratamientos y gastos no se logra un aumento vigoroso de las colmenas, pues sus fallos casi contrarrestan el aumento anual de los enjambres.
En contraposición de las costumbres y supersticiones antiguas, actualmente existe un producto químico que echándole cerca de la colmena en tiempo de enjambrar, atrae a estas y logra recoger la mayoría de ellas.
Con estas nuevas técnicas acaso se logre la pujanza que antes tenía esta explotación, siempre que no se usen masivamente y en contra de la sabia naturaleza.
Me llamó la atención, a propósito de esto, un artículo que leí sobre las “abejas asesinas”. En él se dice que unos técnicos de laboratorios brasileños, queriendo buscar una clase de abejas adaptadas al clima tropical, llevaron colmenas del África Central para lograr un buen cruce. En un descuido se les escaparon alguna de ellas, y como en América no tenían enemigos naturales proliferaron de tal manera que en pocos años se multiplicaron por toda América.
Confirmando su fama han hecho crecer el número de muertes por picaduras haciendo difícil su manejo y como su instinto previsor es casi nulo, producen menos miel. Sería una pena que abusando de la investigación, algún científico irresponsable introdujera esta plaga, que puede dominar a las europeas por invasión directa o por alteración genética en varias generaciones.
Además de la producción de múltiples productos como la miel, cera, polen, jalea real y muchos productos de repostería y químicos-farmacéuticos, este laborioso insecto es imprescindible en la polinización en las plantas y frutales que aquí se cultivan, como la almendra, manzana, albaricoque, mora, cereza, zarzamora, uva, melocotón, pera, ciruela, fresa, melón y calabaza.
El polen de todas estas plantas es demasiado pesado y pegajoso para ser dispersado por el viento, como el caso de los cereales y herbáceos, siendo la abeja el insecto que más se lleva a los campos de cultivo para su polinización.
Es tal su especialización en esta tarea, que el polen recogido en alguna de las salidas procede en su mayor parte de un único tipo de flor para que las abejas productoras las cueste menos el trasformarlo en miel. Si volara de una especie a otra sin llevar un orden, la trasferencia de polen sería ineficaz por ser de diferentes flores y no actuaría de agente de polinización cruzada entre si tan imprescindible para la buena fructificación de muchas plantas.
En un reportaje de la tele comentaban que había mucha escasez de colmenas transportables para polinizar los grandes cultivos de tomates bajo plástico de Almería y hacerlo a mano requería un personal muy especializado por lo que resultaba muy caro. Para suplir esta falta unos laboratorios de Holanda han logrado criar una especie de abejorros, que alguno ya se ve por aquí, más fuerte y resistente a las enfermedades que las abejas.
Con esta ventaja son comprados y traídos en jaulas para soltarlos en el tiempo oportuno que exigen las plantas, consiguiendo lograr grandes rendimientos en estos cultivos bajo plástico, que si en otros órdenes tienen muchas ventajas, para la polinización requieren que sea forzada, por ser un lugar cerrado donde no puede actuar el viento ni los insectos.
Nunca creí que esta labor fuera tan difícil hasta que sembré en la huerta melones y calabazas. Estas plastas tienen una floración muy especial saliendo las flores machos dos o tres días antes que las hembras. Este desfase tiene por objeto que, cuando las flores hembras abren sus pétalos receptivos, hay abundancia de polen macho con el que los insectos lo transporten rápidamente a las hembras que sólo están abiertas un par de días escasos.
Observando este singular fenómeno de la naturaleza, pude comprobar que muchas flores se perdían por falta de polen y con un pequeño pincel intenté cruzar el polen de unas flores a otras. Creo que por mi falta de práctica, o por la aspereza del pincel, no logré más que contados casos efectivos, acaso por no hacerlo con la suficiente delicadeza.
Por ser la flor de la calabaza lo suficientemente grande para observarla así a simple vista, noté que está diseñada para que los insectos, al chupar su néctar, froten el delicado bello de sus cabezas y cuello sobre el polen que se pega a ellos y así es transportada a la flor hembra. Imitando este comportamiento, cambié el pincel por una suave pluma de ave y logré algún pequeño avance en los resultados.
Lo que para el hombre resulta tan difícil, cualquier insecto lo hace de la manera más sencilla y natural por lo que no debemos destruirles con nuestras masivas pulverizaciones de insecticidas que acaban también con los que nos son útiles. Cuando les echamos en falta tenemos que recurrir a inventos que pueden resultar un tanto arriesgados.