lunes, 4 de enero de 2010

HISTORIAS DE VENTAS

Las compras se hacían como ventas privadas de las que hizo muchas este personaje muy particular que intentaré describiros. En el registro de la propiedad de Sahagún había un sustituto del registrador que se hacía llamar con complacencia Sr Ochoa. Vestía siempre traje negro con impoluta camisa blanca, su fino cuello le apretaba con una ajustada pajarita negra que parecía le iba a tronchar de un momento a otro, la cara estrecha en la que destacaba un fuerte bigote bien recortado, unas gruesas gafas de concha cubrían unos ojillos penetrantes que casi tapaban unas bien pobladas cejas.
Cuando despachaba al público, con mucho empaque y siempre por ventanilla, sacaba una voz profunda y pastosa que administraba con mesura, intercalando unos silencios intencionados como para amedrentar a su interlocutor.
Este Sr. tan circunspecto cara al público cambiaba completamente de aspecto cuando ibas a que te redactara una venta privada, la única que legalmente podía hacer. Con gran ceremonia te hacía pasar al despacho del registrador, que por ser muy anciano casi nunca vi por aquí, y sentándose en el sillón principal, procedía a tomarte los datos de la venta amablemente.

Tal era la cantidad de clientes que tenía que, un poco por abreviar la labor y otro poco por vanagloria, imprimió unas pastas exteriores para sus ventas privadas que para sí hubieran querido muchos notarios de campanillas.
Como también facilitaba el pago de los derechos reales, la gente quedaba satisfecha de su trabajo y se creía que llevaba para casa un documento oficial. Lo que en realidad llevaba era un documento privado llamado de cocina, como muchos que yo hice en un simple impreso, que vendían las imprentas para comprar o cambiar fincas rústicas.
Con la venida de un registrador joven que se hizo cargo tanto del registro como de otros asuntos cara al público, este hombre enseñado a mangonearlo todo, sufrió en su ego personal tal complejo, que casi no se atrevía a tratar con la gente en su verdadero cargo de sustituto de registrador.
Pocos años después cambiaron las oficinas y en un pequeño triángulo muerto entre dos calles, hicieron un pequeño jardín. En mi retina quedó gravada la última imagen de este hombre, cuando acabadas las horas de oficina por las tardes, regaba ensimismado y relajado este jardín empuñando una pequeña goma con displicencia, por descontado sin quitarse su sempiterna pajarita.
Si nos remontamos a bastantes años atrás había otro señor que se apellidaba Tarilonte y se dedicaba también a “arreglar las cuentas”, que se decía entonces, por estos pueblos. Este personaje también debió ser muy particular por lo que me han contado, pues aunque no le conocí, sí me tocó descifrar en las hijuelas de la familia su endiablada escritura, tan difícil de entender que si no te daban algún dato no había manera de enterarte de nada.
Cuando en la familia había alguna defunción los herederos acudían a él, que como no tenía otro medio de vida, procuraba alargar los trámites y cuentas cuanto podía y, a veces, se tiraba semanas enteras viviendo a costa de los herederos. Cuando estos se enzarzaban en discusiones muchas veces inútiles, él levantándose de la mesa les decía:- Mientras discutís voy a echar un “piscolabis”-. Y dirigiéndose a la cocina “arrampaba” con todo lo que encontraba a mano dándole un buen toque al jarro.
Después de cobrarles los honorarios correspondientes, este hombre se trasladaba a arreglar las cuentas en otra familia de cualquier pueblo que pidiera sus servicios. Algún dote personal debía tener este señor para que le llamaran en tantos sitios. Sospecho que su fuerte estaba en saber conciliar las discrepantes opiniones de los herederos y les hacía firmar unas hijuelas y documentos a veces ilegibles con lo que quedaban todos tan contentos, aunque en la mayoría de los casos no servían más que para ponerse amarillos en el fondo de un baúl.









Como veis, cuanto más avanzamos para atrás en los años menor valor tienen los documentos escritos y conocí algún viejo para el que firmar un simple papel era como un insulto a su hombría de castellano íntegro y rompía con ira lo que le proponían que firmara. Acto seguido ofrecía su mano con orgullo a la otra parte y con un fuerte apretón de manos cerraban el más cuantioso negocio.
Según los antropólogos esto del apretón de manos, que aún se sigue usando para cerrar los tratos en las ferias y como saludo, tuvo en su origen con una finalidad muy distinta a la actual. Desde los más remotos tiempos el principal núcleo social además de la familia era la tribu, que casi siempre no debían tener muy buenas relaciones con las de su entorno.
Cuando el jefe de una de ellas visitaba a otra, como medida de precaución, ofrecía su mano al contrario que la aceptaba y de esta guisa permanecía todo el tiempo que durara el encuentro, controlando la mano para que no pudiera blandir ningún objeto ofensivo.
Esta costumbre duró hasta los romanos pues sus centuriones cuando visitaban algún rival, para evitar la puñalada traidora por la espalda, también mantenían las manos unidas.
Este recorrido que os he contado, si lo hacemos en orden inverso, nos encontramos que sin darnos cuenta, en estos tiempos que creemos muy avanzados, nos estamos rodeando de un cúmulo de organismos que nos envuelven inexorablemente en la nefasta tela de araña de la burocracia.
En la actualidad no hay ninguna transacción patrimonial que no pase por notaría y el registro de la propiedad correspondiente.
Sin remontarnos a los prestamistas de antaño que hacían verdaderas salvajadas, los bancos de antes tenían plena potestad para otorgar o negar un préstamo a quien quisieran, en la actualidad esto no pueden hacerlo sin que dé fe el corredor de comercio o como se llame, que por echar una simple firma se lleva sus buenos honorarios siempre, claro está, a cuenta del peticionario.
En los fondos de inversión, jubilación o cualquier operación de bolsa se llevan un buen chupete de comisiones toda una plaga de agentes y gestores con sólo dar una tecla en el ordenador y los que están para garantizar el sistema muchas veces se forran usando la información privilegiada.
Pensando sobre todo esto me pregunto ¿quienes son los equivocados, los de antes con su apretón de manos o los de ahora con tanta burocracia?













Muchos gobiernos han intentado reducir este disparate de burocracia queriendo imponer la formula de ventanilla única, lo mismo para fundar empresas que para cualquier trámite administrativo. No sé si alguno lo conseguirá pues los sueldos de este personal de élite son tan altos que será muy difícil degradarlos a la categoría de simples funcionarios de oficina.
Termino con este romance alusivo.

Para servir a la gente
se hicieron los organismos
pero parece que algunos
sólo sirven a sí mismos

Ochoas y Tarilontes
los hubo y también habrá
que lo que sólo pretenden
es vivir de los demás

Justificando su causa
la burocracia ha tenido
que emplear a mucha gente
y con el mismo destino

Para escalar alto puesto
nunca le importó un comino
atropellar al que intente
entorpecer su camino

Con el buen comportamiento
de los nuevos funcionarios
a todos sirva de ejemplo
y hacerse más solidarios
.

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