domingo, 27 de febrero de 2011

VISITA A LANZAROTE



















El nombre de la isla proviene de un explorador italiano llamado Lancelotto y fue conquistada por Bethencourt, que era un expedicionario a las órdenes de los reyes de Castilla.
A las seis de la tarde partimos de los Rodeos en Tenerife y llegamos a Lanzarote a la puesta del sol.
El avión de hélice circulaba a menos altura que los de reacción pero no daba mucha visibilidad por ir casi siempre entre nubes.
Estos vuelos entre las islas lo realizan pequeñas compañías que tienen aviones casi siempre de hélice, pero que funcionan muy bien y atienden el tráfico del mucho turismo que llega a estas islas.
Lanzarote es la isla más oriental de todas y su clima esta algo influenciado por la cercana África.
Su clima es más seco que las demás islas porque los vientos alisios no la llegan con la misma intensidad que a las otras, donde su vertiente norte la humedad que llega del mar produce una vegetación exuberante, siendo aquí más raquítica y escasa.
En la falda de las cumbres que rodean el campo se apiñan las casas que aprovechan el espacio entre el mar y las cumbres.













Como cosa extraordinaria esta zona es muy fértil y en pequeñas parcelas cultivan patatas que allí llaman papas de óptima calidad. Como aquí no hiela programan su siembra para tener producción todo el año. Una clase que llaman de color o negras tienen muy alto precio por ser en esta zona alta y en los Andes Peruanos donde solamente se da esta clase de patatas.
Son menudas y de poca producción pero llegan a alcanzar precios de diez euros el kilo y sólo las usan en las grandes fiestas y acontecimientos.
También hay otro tipo de patatas más corriente con el que se hacen el plato típico canario que llaman “papas arrugás” que acompañan con el “mojo picón” que es una salsa roja con un ligero picante.
Lanzarote es la más nueva de todas las Canarias pues la mayoría de las erupciones que la formaron se produjeron entre los años 1626 y 1730.
La prueba de esto la tuvimos en una excursión que hicimos al “Parque Nacional de Timanfaya” donde el calor volcánico sigue casi a nivel del suelo. En un lugar tienen marcado en el suelo un círculo que semeja la boca de un volcán, donde la grava conserva un calor que no se puede aguantar en las manos.
















Cerca de esto en un pequeño agujero de no más de dos metros de profundidad, arriman unos arbustos secos que enseguida rompen a arder.
Otra prueba muy espectacular la realizan con unos tubos metálicos clavados en la tierra donde echan primero medio caldero de agua, al poco tiempo echan el otro medio que hace de tapón al vapor producido y sale todo explosionado a varios metros de altura.

















Pero donde tienen una aplicación práctica de este calor es en un moderno parador que llaman el Restaurante del diablo. En la puerta tiene una efigie del mismo y es tradición cogerse de sus cuernos y sacarse una foto.
















Construído sobre un islote para no desentonar con el medio ambiente, lo diseñó el gran promotor de esta isla César Manrique, del que hablaré luego.
Sobre un pozo de no más de cuatro metros tienen montadas unas parrillas donde logran toda clase de asados y otras aplicaciones de cocina, solo con el calor volcánico que llega a cuatrocientos grados.
Los que gastamos gafas nos recomiendan no asomarnos al pozo, si no queremos que se deformen con el calor.










En este parque tienen diseñada la llamada ruta de los volcanes, donde destaca el de Santa Catalina y el de Yahasa y ocho más reunidos en grupo, todos ellos con signos de su tardía erupción.














“La cueva de los verdes”es una burbuja de aire que quedó entre la lava que han comprobado tiene siete kilómetros. También César Manrique se dio cuenta que la explotación de ella sería una atracción buena para el turismo, acondicionando e iluminándola unos dos kilómetros, logrando un espectacular recorrido dado la multitud de colores que la lava ha tomado al enfriarse.









Cerca de esta cueva esta el volcán de La Corona a seiscientos metros de altitud. Su última erupción hace dos siglos sepultó bajo su lava siete pueblos del entorno, sin causar victimas humanas por dar antes señales que previnieron su efecto.
El guía nos indicaba los límites donde había llegado la lava, diferenciados por el color más negro y brillante tachonado de plantas verdes que empiezan a colonizar la estéril lava.














Después fuimos “al mirador del río”situado en el cabo norte de la isla y sobre su alto mirador se ve la cercana “Isla la Graciosa”con un pequeño núcleo de casas, su iglesia y un pequeño puerto.


















El nombre del río nos pareció extraño ya que aquí no hay ninguno, y el guía nos explicó que la pequeña lengua de mar que separa ambas islas se puede considerar como un río. Desde el mirador saqué varias fotos.













“Los Jameos del agua”, situado a doscientos metros de la costa se formó al igual que la Cueva de los Verdes durante una erupción del volcán Corona. Una lengua de agua salada que enlaza con el mar por debajo tierra ha dado el nombre a la gruta.











En su fondo viven cangrejos pequeños albinos y ciegos, que los científicos no se explican como puede vivir aquí un crustáceo de sólo tres centímetros de largo, que por su naturaleza es propio de las profundidades marinas.

















César Manrique conformó sus cuevas, jardines, bares, restaurantes y una gran cueva para conciertos con un auditorio de acústica admirable.
















Para ahorrar gastos compró un viejo barco de madera muy económico con lo que están construidos casi todos sus muebles.
Visitamos también El Jardín de los Cactus, donde Manrique en una depresión volcánica, logró reunir mil cuatrocientos veinte cactus, importados en su mayoría de América. Su conjunto es impresionante tanto por su altura como por su rareza, que podéis apreciar en varias fotos que saqué.




















La fundación César Manrique, para completar su imponente obra, cedió poco antes de morir en un accidente de circulación en 1992, la casa donde vivió, que se ha convertido en museo y fundación.




















La edificó en 1968 sobre cinco burbujas volcánicas y en ella se pueden ver sus obras, cuadros, esculturas y planos. También en ella instaló la chimenea Vicentina, que es rematada como una especie de cebolla muy decorativa.
Así acabó su meritísima obra en esta isla con sus más de veinte obras que dirigió. Tan sólo tiene como recuerdo en su fundación un retrato no muy grande, y que el guía no nos dejó hacer fotos con flash porque dice que deteriora la foto. Tan solo pude sacar una foto de un video que proyectaban.
En vista de esto le pregunté al guía si tenía alguna estatua o monumento dedicado a Manrique y me dijo que ninguna.




¡Cuán presto nos olvidamos de la labor de estos grandes hombres, que como en este caso logró que la ONU nombrara a esta isla Reserva de la Biosfera en 1983 y la convirtió en un foco selectivo del turismo internacional!

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