sábado, 23 de abril de 2011

LA BIELDA













Era la ultima faena que se hacía en la era y consistía en separar la paja del grano que una vez bien limpio se traía a la panera como ansiada recompensa de todo un año plagado de expectantes anhelos y continuas zozobras.
Con esta tarea aumentaban las horas de descanso pues ya no había que “irlas a buscar” refiriéndose al acarreo de las morenas, entrando en una fase más sosegada centrada solamente en la era. Se dormía en esta para cuidar los “muelos” de grano, o más bien por la inercia de las costumbres antiguas. Para resguardarte del frío cierzo mañanero, tapado con una manta, te medio cubrías en la pajera de la beldadora o semitapado en un buen parvero de paja.


















Antes de amanecer, medio entumecido por el rocío, te agarrabas a la zanca o manilla de la máquina y enseguida entrabas en calor por el esfuerzo que, muchas beldadoras pesadas, tenías que hacer para darlas la marcha normal de despaje.














Cuando pasaba una media hora, que era el turno más corriente, tenías que pasar a relevar al que con un “gario” abastecía la máquina. Estos dos turnos eran los más pesados y continuos pues también había que quitar la paja y el grano y arrimar “parvazo “.


















Para facilitar esta última labor y que las parvas tuvieran la menor anchura posible, el día de Nuestra Señora por la mañana había la costumbre de repinarlas. Recuerdo la primera vez que se lo vi hacer a mi tío Pablo, que en esto también era un especialista. Con una horca y rastro en la mano, cogiendo impulso con una corta carrerilla, se subió a lo alto de una de ellas y comenzó a calcarla con los pies en toda su longitud haciéndola bajar de altura, cosa que me pareció contradictoria.
Pronto entendí esta operación que servía para tener mejor firme de paja calcada y sobre ella ir subiendo de forma recta y lo más alto posible el restante material de paja. Como adorno hacía unos pequeños promontorios en los extremos que daban un buen aspecto a la parva cuando esta quedaba perfectamente repinada.
El mecanismo de la beldadora consistía en un engrane cóncavo donde iba sujeta la manilla. Este hacía girar a un engrane pequeño que conectaba con el eje de las “mariposas”que eran una especie de paletas que al girar dentro de un “bombo”, espacio medio cerrado, producían una corriente de aire continua sobre las cribas. Estas tenían un movimiento de vaivén producido por una biela excéntrica conectada al eje de las mariposas. Al caer la paja de la tremoya a las cribas, la corriente de aire despedía a esta hacia adelante y el trigo, más pesado, pasaba por las cribas y caía al suelo por debajo del bombo. Por el “grancinero” salían los pajotes más pesados y se llamaba “infierno” a un depósito donde caía todo lo mermado, neguillas y toda semilla menor que el trigo.

Se llamaba “espajar”a la primer vuelta de beldadora que como indica su nombre, tenía por fin separar la paja aunque el grano quedara sucio. Para limpiarlo bien se lo daba una segunda vuelta con cribas más cerradas y lo iba amontonando en forma redonda. Como el trigo limpio tiene una carencia uniforme, no se le puede repinar más que lo que esta demanda, por lo que los muelos bien hechos tenían la forma de un cono regular.
Los mayores tenían un orgullo especial en hacerlos bien y los marcaban con la punta de la pala de madera trazando sobre la dorada superficie del trigo variedad de dibujos como festones, cinchos y espirales, convirtiendo los muelos en verdaderas obras de arte.











Otra de las ventajas que tenía hacerlos bien era su cubicación sabiendo, con poco error, las cargas de grano que había antes de medirlo. Para los muelos pequeños había una técnica llamada del “te veo y no te veo”que consistía en que un hombre de estatura medía acercándose al borde de puntillas llegara a ver el borde opuesto intermitentemente, con lo que se calculaba que tenía veinte cargas de grano variando esta medida en más o en menos según la altura del que lo hiciera.
Para los muelos grandes, que ningún hombre podía dominarles en altura, algún mayor vi medir a pies todo su contorno. Lamento no haber aprendido esta fórmula de cálculo, pero sospecho que sería muy parecida a la de cubicar un cono regular.
Con toda esta preparación se dejaba pasar unos días como en plan de exhibición, y su recogida a casa constituía entonces como una fiesta familiar. Se empezaba según mis padres contaban, poniendo al cuello de las mulas un collar de esquilas y cascabeles para dar ambiente de fiesta. Las familias se juntaban para hacer esta faena y recuerdo el gozo con que íbamos montados en el carro, que aquel día como gracia era consentido. Al final de cada viaje no faltaba el clásico trago de vino acompañado de algo sólido a lo que los peques nos apuntábamos, a veces con excesiva vehemencia.
Como abundaban las familias numerosas todos no cabíamos en el carro vacío y los mayores hacían el regreso andando. Entre todos, unos midiendo y otros cargando los sacos, se hacía la labor más rápida y llevadera tanto al cargar como al descargar, pues muchas paneras estaban en la planta alta, y subir las escaleras cargado con el saco era un esfuerzo adicional.
Recuerdo a un pastor que tuvimos con cuanta ilusión nos ayudaba a meter el grano, a pesar de no ser su obligación y lo pasaba bomba conduciendo las mulas a la carrera de vacío emulando al mejor conductor de formula uno.
En el mes de Septiembre fue siempre costumbre de pagar las rentas, avenencias y toda clase de pagos. Esto se hacían en especie por lo que se aprovechaba para hacerlo desde la era a padres, hermanos, tíos y otros arrendatarios ajenos a la familia.
Especialmente a estos últimos avisados se acercaban a pie de muelo para presenciar la medida y cuando se lo llevaba a todos a sus casas nunca faltaba una atención que contribuía a fomentar el trato humano para la buena convivencia.
Finalizado en un día o dos que duraba esta faena se volvía a la normalidad y la prohibición a los chiguitos de montar en el carro muchas veces, creo que por razones de seguridad.
La faena de recoger la paja era menos vistosa y sucia pero tan necesaria como la primera, pues llenar bien los pajares constituía tener garantizado el alimento del ganado y combustible barato para pasar los fríos inviernos de la meseta.
También la humilde paja constituía un elemento de seguridad, pues además de arrimar a los arrendatarios los carros estipulados en el contrato, se regalaban alguno al cura, maestro y personas necesitadas.
Era una norma no escrita, pero practicada especialmente en Moratinos, que la paja llevada por el viento desde la era a cualquier arroyo, depresión o camino fuera de quien la recogiera. Esta costumbre tenía su aplicación práctica a partir del día 28 de Agosto, fiesta de San Agustín, que solía ser muy airoso en consonancia con el dicho “San Agustín atropa paja para el rocín. No sé si San Agustín tendría rocín o no que comiera esta paja que recogida en el pajar calentaba muy bien los hogares.
Como la fiesta de San Nicolás se celebra el tercer domingo de Septiembre, en veranos tardíos, se andaba apretados para acabar la faena, y recuerdo pasarme noches enteras sacando paja de la era por el prurito de barrer la era antes de la fiesta.












Esta última labor se acompañaba también con la “de tapar bocarones y fuera motrilones” que en este dicho eran los contratados como veraneros. Con este acto se daban por concluidas las faenas de recolección, estos recibían sus soldadas y volvían orgullosos para sus casas.

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