Si me he animado a escribir algo
sobre este frutal ha sido por lo gran desconocido que es para la gente joven,
incluso de aquí, y no digamos nada de los que toda su vida la pasaron en las
ciudades.
Se cree que este árbol tan
rústico se extendió por la cuenca del Mediterráneo procedente de Oriente Próximo.
Es poco exigente en cuanto al
terreno, pues se adapta a terrenos muy pobres, formando parte de la flora
silvestre, que espontáneamente crece sin ningún cuidado.
Su cultivo se tiene por ser uno
de los primeros que el hombre aprovechó, anterior incluso al del trigo.
En esta amplia zona de Castilla
su plantación formaba parte de una tradición, pues no había corral labrador que
no tuviera uno o dos ejemplares.
Para no estorbar el paso de carros y ganados
siempre se les ponía junto a la pared de adobe orientados al mediodía, para que
en el verano proyectaran su sombra refrescante por el olor muy particular que
tienen, entre picante y dulce, que sus hojas y frutos desprenden.
La época del cemento en la que nos
encontramos no es nada propicia para que sus fuertes raíces se expandan en
todas las direcciones buscando nutrientes, y en especial el agua que trata de
alcanzar con verdadero deleite.
Esta inclinación ha sido la causa
de su desaparición en muchos casos, pues si tenían un pozo cerca impregnaban el
agua con su sabor característico.
También, si alcanzaban alguna
habitación de la vivienda, buscaban la humedad debajo de las baldosas, que
estaban asentadas sin cemento sobre la tierra, levantando todo lo que estuviera
apoyado sobre ella.
La higuera tiene una
particularidad que la diferencia de los demás frutales, por dar dos frutos
perfectamente diferenciados.
Cuando empieza a brotar en
primavera, al fruto que sale junto a los primeros tallos se les llama brevas.
Los que salen más tarde en el arranque de sus hojas se les llama higos. De esto
proviene el dicho popular conocido de que este árbol da “cada brote una breva y
cada hoja un higo”
Ambos son, más que un fruto, una
infrutescencia como son también las moras y las fresas. Sus flores son
unisexuales y no se las ve por encontrarse en la superficie interna del
receptáculo, convirtiéndose en semillitas envueltas en un cuerpo carnoso blando
y dulce.
Son muy numerosas las clases de
este árbol, algunas bravías que no dan fruto. En esta zona la más corriente es
la llamada higuera breval, que da brevas e higos y en otras zonas se da la
higuera común que sólo da higos. Ambos se diferencian también por su carne de
diferente color, que pueden ser blanquecinos, rosados o morados.
En este clima tan severo que
tenemos las brevas, al brotar temprano, muchos años se hielan. Por el contrario
los higos, si no se desarrollan normalmente y tardan en madurar, pueden ser alcanzados
por las primeras heladas del otoño, que cortan su ciclo.
Como se ve este frutal, que esta
bastante bien aclimatado en esta zona, se desarrolla mejor en climas más
templados de donde es original.
Las cuatro higueras que tengo en
mi huerto tienen una ventaja no pequeña pues no les ataca ninguna enfermedad.
El fuerte olor que desprenden sus hojas es un antiséptico natural que evita
sulfatarlos como hay que hacer con toda clase de frutales si quieres lograr su
fruta. También estas hojas cortadas en verde servían como esterilizante
mezcladas con las lentejas y demás legumbres caseras evitando que les saliera
el temible coco.
En las excursiones que hemos
hecho por Andalucía se veía salir de mañana a mucha gente a recoger los higos en las
higueras campestres. Al mediodía regresaban con un buen saco de
higos encima de su cabalgadura.
Como en esa temporada abunda en
exceso la producción se procura conservarlos poniéndols al sol para que
suelten el agua que contienen. Con un pequeño aditivo se conservan todo el año
teniendo el higo seco un buen mercado.
Este fruto en fresco contiene
setenta calorías por cada cien gramos que al secarse aumenta considerablemente,
siendo muy recomendados para los deportistas que tienen un gran desgaste
físico.
Se comercializan de dos maneras,
los de primera clase vienen cuidadosamente colocados en cajones de madera. Creo
que de esto se deriva la frase que dice: "Es de cajón como los higos” que
indica que está fuera de toda duda lo que se discute.
Toda la demás producción en
saquetes de yute que les trasmite algún que otro pelo, pero los conserva muy
bien.
Las cantinas de nuestros pueblos
de aquellos tiempos los vendían muy bien pues resultaban baratos.
Un buen plato de ellos y un
porrón de vino con gaseosa era lo que se jugaba normalmente en las partidas de
cartas, diversión casi obligada en estos pueblos, donde todavía no se tenía luz
eléctrica.
Con el juego diario había
verdaderos maestros del juego de la brisca, que competían en ocasiones con los
de otros pueblos limítrofes.
Cuando ahora puedo compartir los
muchos años que tenían, me maravilla la prodigiosa memoria que usaban para
retener las jugadas y tantos de la partida, y una endiablada estrategia para
confundir o engañar al contrario.
A pesar de esto no tenían reparo de
jugar con nosotros, pobres adolescentes a los que con mucha paciencia nos enseñaban
lo fundamental del juego.
Que estas líneas sean para todos ellos un sincero y agradecido recuerdo