domingo, 10 de febrero de 2013

MI TÍA EUTIQUIANA




Era hermana de mi abuela Nicasia y, por tanto, tía abuela mía. Toda su vida la dedicó a ayudar a sus sobrinas y, cuando estas tuvieron hijos, su campo benéfico también los alcalzó.
Actuó de comodín en la familia, y cuando mi tío Heliodoro, hermano de mi madre, acabó la carrera en el Seminario, con él se fue para cuidarle en los varios pueblos en los que ejerció su ministerio, hasta que desgraciadamente murió. Con él compartió los buenos y malos momentos, que de todo habría en una profesión tan comprometida como la de cura, y en todos los pueblos hizo amistades duraderas.





Recuerdo especialmente la amistad que tuvo con una señora de Matadeón de los Oteros, con la que mantuvo correspondencia toda su vida.
¡Con qué satisfacción decía: "Ha escrito la Eudosia"!, compartiendo sus noticias con la familia.
A pesar una mujer muy dinámica y activa, cuando decía que iba a escribir a la Eudosia, se olvidaba de todo y, recluyéndose en su habitación, se pasaba media tarde escribiendo a su querida amiga.
Mi tía tuvo un familiar en Méjico que se llamaba Calixto. Este señor perteneció a los curas misioneros que trabajaron difundiendo la fe por aquellas tierras. Con todo lujo de detalles nos contaba las aventuras de su tio entre aquella población, dispersa en un amplio territorio.
Para poder llegar a todos los poblados, estos curas ambulantes se proveían de un buen caballo, en el que llevaban un altar portátil, cáliz y demás elementos para celebrar la misa en cualquier sitio.
En una ocasión, la noche le sorprendió en pleno bosque. Para dormir ponía una hamaca atada de un árbol a otro, y el caballo sujeto a uno de ellos. Sumido en el más profundo de los sueños, le despertaron los furiosos relinchos del noble animal, que daba manotazos al árbol al que estaba atado, para advertirle del peligro. Una gran serpiente subía enroscándose por uno de los árboles y, de no haberse despertado a tiempo, pudiera haber sufrido mucho daño.
No se supo con exactitud cuando murió mi tío Calixto, ni en qué condiciones personales o económicas, pues las comunicaciones eran escasas y muy lentas. 
Un señor, que dijo conocerle, trajo hasta Orán sus ropas y objetos personales, y mandó con la noticia del fallecimiento un pasaje a Orán para que fueran a recogerlos.
Con la curiosidad de niños, le preguntábamos:
-¿Cómo fue usted sola a recogerlos?
-Porque los demás no se atrevían y, si esta vieja no se arremanga las faldas y cruza el charco, se habría perdido todo.



-¿Y cómo es Orán?
-Muy grande y bonito, lleno de tiendas donde se venden alhajas y telas preciosas.
-¿Y las moras son tan guapas como dicen?
-Aunque van con la cara tapada, alguna vi muy guapa.
El señor que transportó sus efectos personales sospecho que obró de mala fe, al no traer las cosas hasta aquí. Si hubiera venido a entregarlas, quizás no se habría firmado el poder de testamentario, como hizo mi tía, a cambio de los pequeños recuerdos personales de mi tío.
Estos objetos fueros custodiados como oro en paño por mi tía, que los guardaba en una pequeña habitación, reservada para su uso en la casa donde vivíamos, que era suya. Nosotros la llamábamos el Sancta Sanctorum, pues nunca nos dejó verla.

En ella guardaba todo su mobiliario de la casa, loza y todos sus recuerdos. Le gustaba también tender algunas uvas; y cuando ya nadie se acordaba de ellas, nos las mostraba satisfecha, dándonos algún racimo.
Cuando llegaban los secas aires de marzo, sacaba al patio toda la ropa para que no se apolillara, y era la única ocasión que teníamos de ver las buenas telas de merino de la sotana y capa del tío Calixto.

 


El cáliz y la patena de oro, que se guardan en un práctico estuche para colgarlos de la silla del caballo, los conservó muchos años, hasta que los donó a la parroquia de San Nicolás, con una inscripción grabada en la peana del cáliz, que dice: "Regalo de la familia Vaquero Gil".
Actualmente los custodia mi prima Margarita, por razones de seguridad.
Antes de morir dispuso que las pocas fincas que tenía fueran para mi hermana Dionisia y mi prima Margarita, como representantes de mi madre y de mi tío Pablo.




 Todavía conservo una pequeña pitillera mejicana que ella me regaló y que guardo como recuerdo muy estimado.

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