sábado, 9 de marzo de 2013

CONSERVACIÓN DE MONUMENTOS









En diferentes correos mi amigo, el peregrino Juan María, que encontró acogida, conversación y descanso en Moratinos, me manda multitud de buenas fotos hechas por él de la catedral de Barcelona dedicada a Santa Eulalia y de otros lugares de la ciudad.








En el comentario adjunto detalla los problemas que tuvo su construcción, y que la falta de personal, debido a la peste, originó que una fachada tuvieron que rematarla con una pared lisa. Años  más tarde se quiso embellecer con adornos de piedra labrada, que sujetaron a la antigua pared con unas clavijas de hierro, como este metal se oxida mucho y aumenta de tamaño, ejerce una gran presión sobre la piedra, que acaba deteriorándola. Para evitar esto se ha tenido que sustituir las clavijas de hierro por otro material moderno menos expansivo.




A esta catedral de Barcelona no la podía faltar su leyenda, que como a muchas de ellas, se remonta a la época de construcción. Aquí  se trata de unas ocas que avisaron al guardián de que unos ladrones intentaban robar. Respecto al número de ocas se dice que eran trece, que coinciden con el número de años que tenía Santa Eulalia cuando fue martirizada.
Según las referidas fotos el aspecto exterior de la catedral es muy bello, dada la uniformidad de sus capiteles. En su interior destaca un magnifico cimborrio.



No es extraño que los turistas acudan en masa para visitarla.
Este comentario me ha hecho recordar los diferentes modos que el hombre ha usado para la conservación de los monumentos más representativos.
La torre Norte de la catedral de León, llamada de las campanas,  es la más antigua. Debido al tiempo y a las humedades sus muros amenazaban abrirse, acaso también por el mayor peso de las agujas.


 El colegio catedralicio encargó al arquitecto Demetrio de los Ríos un arreglo de carácter preventivo. Aplicó  dos cinchos atirantados de hierro con los que logró detener el movimiento expansivo que denotaban sus muros. Actualmente se conservan en buen estado, dado que el hierro está en el exterior y su poca oxidación no afecta para nada a la piedra. 
Otro caso digno de comentar es la cimentación de la ciudad de Venecia sobre la que he leído dos versiones. En una se dice que se logró clavando estacas profundas de roble sobre el suelo fangoso y que la acción del salitre las ha cubierto de una capa petrificada muy resistente.


En la otra se dice que eran estacas de abedul que los constructores cubrieron con una capa de cal extraída de unas minas cercanas, y que preserva de la humedad a los pisos de sus viviendas.
El caso es que esta ciudad fuere como fuere se está hundiendo lentamente, pues las últimas comprobaciones dan un hundimiento de veinte tres centímetros a lo largo del siglo pasado.
Si no se corta este avance el metro escaso que tiene sobre el nivel del mar pronto será peligrosamente reducido.
Este fenómeno, según la opinión más generalizada, se debe a la extracción de agua dulce del subsuelo, produciendo con este vacío que el suelo vaya cediendo.
Para compensar esta falta de apoyo se estudió el proyecto de inyectar en el subsuelo cemento líquido. Pero se ha abandonado esta técnica, pues además de ser muy costosa, los resultados podían ser dudosos.
 Para agravar este problema parece que también las mareas del Adriático han cambiado y cada cierto tiempo Venecia se ve inundada constituyendo un freno para el numeroso turismo que se concita para disfrutar de las muchas y bellas atracciones que esta ciudad ofrece.





Como solución más viable se está casi acabando el montaje de unas compuertas hidráulicas que cierren el paso a esta marea en situaciones normales, pero se teme que no sean suficientes para contener los fuertes temporales del Adriático.
Sería una verdadera desgracia que esta ciudad llegara a desaparecer después del gran esfuerzo que tuvo que realizar la República de Venecia para su fundación. 
La repúblicas de Génova y Pisa no quisieron darla terrenos para que no se pudiera fundar aquí pues la temían como fuerte competidora en el comercio del Mediterráneo.
Pero Venecia, para mostrar al mundo su poderío, no tuvo reparo en gastar ingentes cantidades de dinero en fundar esta ciudad y dotarla de muchos palacios repletos de obras de arte.
En un crucero que hicimos por el Mediterráneo en el medio día que tuvimos libre, solo pudimos visitar el gran palacio Ducal. Es admirable la magnificencia con que están decoradas sus muchas dependencias. Allí se agrupan pinturas de celebres pintores, como Tintoreto, Tiépolo, Ticiano y otros muchos.
La sala de los cientos era capaz de albergar otros tantos regidores de la República. No tiene un solo palmo que no esté pintado y sus paredes marcadas con bajo relieves dorados.
  



 La plaza de San Marcos con su bella catedral y estilizado campanile son también dignos de visitar.
Para conservar su favorable situación, no dudaban en castigar severamente a todo el que no cumpliese sus leyes. Debajo de estos bellos salones tenían montadas las más férreas prisiones, de las que logró fugarse el célebre Casanova. Su nombre quedó desde entonces como emblema de los buenos especialistas en fugas.
 Con estos relatos podemos apreciar la meritoria labor que se hace en todo el mundo para conservar nuestro patrimonio, utilizando los diversos materiales que hoy existen y los que se inventen, cada vez mejores.                          

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