sábado, 13 de junio de 2015

LA BUENA INTENCIÓN DE EXTENSIÓN AGRARIA




Cuando esta agencia auspiciada por el gobierno estaba en todo su auge empeñada en el desarrollo de estos pueblos, hace ya bastantes años, estuvo aquí su director, ingeniero agrónomo, hombre muy voluntarioso y emprendedor que quería sacar el máximo provecho de lo que aquí teníamos.
Intrigado por los trozos de cristal que había puesto en las tapias del corral que tengo frente a mi casa, y que para el era una novedad, le invité a pasar y quedó impresionado de lo grande que era y lo poco aprovechado que estaba.
Con la mejor intención, su mente de ingeniero comenzó a diseñar lo que podría ser una completa explotación ganadera, haciendo incluso los planos que creía más conveniente para lograrlo.
Como el castellano se ha caracterizado siempre por su carácter reservado para las innovaciones drásticas, opté por un camino intermedio aceptando parte de sus consejos que me parecieron más viables para optar a resultados prácticos.

Uno de sus consejos que me pareció muy avanzado, era que me hiciera socio de una cooperativa cuyo centro estaba en Terradillos, que pretendía estabular permanentemente el ganado lanar que teníamos, afirmando que era más rentable económicamente por eliminar el sueldo del pastor. 
Esta teoría fracasó en muchos sitios, pues la oveja necesita salir al campo por su genética y metabolismo, y a la vez aprovechar los pastos y rastrojeras, que sin su única intervención se perderían, compensando con creces el sueldo del pastor.

El ganado de cerda, entonces como ahora, tenía el mayor inconveniente en  la brutal oscilación de los precios. Debido a la gran reproducción de esta especie, cuando los precios estaban altos, todo el mundo dejaba cerdas madres y al aumentar el censo, los precios se hacían antieconómicos. 
Varias veces comenté con el ingeniero este problema esencial y le proponía que si me aseguraba un precio normal estable, incluso aceptando un cupo de producción obligatoria, estaba dispuesto a renunciar a cualquier ayuda que me diera el estado.
Como sabía que esto era una utopía, aprovechando el amplio corral que disponía, en uno de sus laterales hice unas cochiqueras para instalar unas cuantas cerdas madres que en poco tiempo nos proporcionaron lechones, que cebados al principio con piensos compuestos y luego con los cereales producidos en casa, pronto estaban de salida para el mercado.
Su atención como toda clase de ganado comporta unos cuidados, especialmente cuando paren las hembras, a las que hay que vigilar la noche antes de cumplir su gestación. 

Recuerdo alguna que pasé escuchando la radio, cuando estaba empezando su carrera la célebre locutora Encarna, que me hacía más llevadera la vigilia con su programa Encarna de noche. 
Cuando el parto era inminente avisaba a mi mujer que, con su gran afición a los animales, a veces lograba sacar adelante camadas de catorce crías. Como algunas madres no tenían más que doce mamas, había que repartir los lechones en dos turnos de lactancia, que solo con mucha paciencia y sacrificio se lograba sacar a todos adelante.

Para la venta de los cebados me tocó pasar varias peripecias. Con ocasión de haberse declarado la peste porcina africana, el veterinario no me daba guías para su traslado y como los cerdos estaban ya con su peso de salida tuve que contratar un camión y llevarles por mi cuenta y riesgo al matadero industrial de Campofrío en Burgos donde pasé dos días de perros para poder colocarlos.
A pesar de todos estos trabajos y contratiempos lo aceptábamos gustosos como una pequeña ayuda más para pagar los estudios incipientes de nuestros hijos. 
Animados por Extensión Agraria compramos ocho vacas ratinas, y como no había empresas de recogida de leche las dedicábamos como vacas nodrizas para  criar terneros que vendíamos en León y comprábamos otros pequeños para sustituirles.

Para proveer la alimentación de estos animales sembraba como forrajes alfalfa, vezas y esparceta. Cuando las lluvias no acompañaban tenía que comprarlo en las zonas de regadío de Sahagún o Saldaña.
Acaso el inconveniente mayor que tenía este método de crianza de terneros era su adaptación a la leche natural, ya que muchos de ellos eran de vacas pintas o sea lecheras, y no les ponían a mamar sino que les daban leches artificiales.
El cambio a la leche natural de vaca les costaba unos días de adaptación y medicamentos. En cuanto a la adaptación de las madres a las nuevas crías, en general había pocos problemas y tomaban la querencia en pocos días.
Un condiscípulo del Seminario que se llamaba Sabiñano Orejas, de Villamuñío, dejó la carrera del Seminario y siguió la de veterinario estando de titular en Villazanzo

Como por aquí no había todavía mucho ganado vacuno, eran pocos los pueblos que contaban con semental, y para mayor comodidad mi amigo Sabiñano fue el primero que comenzó a implantar la inseminación artificial en esta zona. Casi todos los días venía a recoger personalmente el semen congelado que le mandaban de la facultad de León por tren a Sahagún y tan pronto le avisaba, le faltaba tiempo para venir a inseminar la vaca que estuviera en celo.
Mantuve buena amistad con él, pues era un chico muy tratable que había salido de abajo en un pueblo no muy boyante económicamente en aquella época. 
Desgraciadamente acertó en su diagnóstico, pues cuando comentabamos nuestros achaques, siempre me decía que lo que peor tenía era la “remolacha” refiriéndose al corazón, de lo que murió a los pocos años dejando implantada su nueva técnica.
Para asesorarme en la compra de las vacas me ayudó mucho mi primo  Balbino un chico de Villamol, casado en Sahagún con mi prima Rufina, de la que hablaré en el próximo capítulo. 
      

                                 

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