martes, 7 de julio de 2015

LOS POZOS DE LOS PUEBLOS


Por ser el agua un elemento poco abundante en esta zona, desde siempre, se ha sabido aprovechar los recursos que la naturaleza nos proporciona.
 Quisiera detallar algunas momentos  que recuerdo sobre los pozos en las casas de los pueblos. 


Es acaso el procedimiento más antiguo que se conoce, pues ya en el Antiguo Testamento se hace mención a ellos.
Por estar situados en zonas muy secas, serían, sin duda, muy apreciados y cuidados por depender de ellos la supervivencia de sus habitantes y ganados.
  


Por estos pueblos no había casa labradora que no tuviera al menos uno y como muestra de la mayor solidaridad existente, para hacerle menos costoso y con más perfección y profundidad se hacía en el medio de la pared medianera, con dos portezuelas a cada lado por donde se sacaba el agua para las dos casas.


Hasta que no me tocó bajar a uno para “mondarle” no aprecié lo bien construidos que están y el sin número de objetos que con el paso de los años van a parar a ellos.
  Como el medianero del pozo nuestro era tío Guillermo, él con su experiencia me aconsejó que defendiera mi cabeza con un orinal de los que se usaban en los dormitorios cuando no había cuartos de baño. Con el refuerzo de latón de que estaban hechos y la mullida de la gorra, la parte más sensible, que es la cabeza, quedaba protegida de la posible caída de algún caldero, piedras y cacharros.
  


Una vez agotado el agua y provisto de unas buenas botas, bajé al fondo del pozo y empecé a llenar calderos de lodo que mi tío con la ayuda de una polea, subía para arriba, con tal pericia que apenas cayó nada sobre mí.
  Con los cacharros y utensilios que encontré entre el lodo, casi se puede reconstruir la vida y costumbres de generaciones pasadas, según los diferentes materiales y formas de los mismos.
  
Salieron primero los calderos de cinc que no habían podido ser recuperados por los ganchos de tres púas, especiales para este menester. Algunos de estos ganchos estaban clavados en el hueco de las peñas, con las que estaba encascado el pozo.
  


También salían muchos utensilios de cocina como cucharas, tenedores, platos, sartenes, cazos y espumaderas. En cuestión de juguetes también había mucha variedad, desde los de latón, goma y cartón piedra, a los de hierro fundido, barro cocido he incluso alguno labrado con esmero por algún pastor o aficionado a la talla. Por su buena conservación durante muchos años eran de madera durísima de roble adquirida por el crecimiento muy lenta de esta planta.
  Según iba ahondando el procedimiento de sacar agua iba variando. Del caldero tradicional se pasó a unos recipientes de barro cocido, como los que yo conocí para medir el vino, en forma de tinaja con un asa fuerte a la que se ataba la soga para elevarles. Esta se rompía por la acción del agua y el uso continuado, quedando sepultados entre el lodo. Por ser este recipiente más pesado y de formas más lisas, los ganchos perdían toda su efectividad.
  Al ir ondeando casi cinco metros, el diámetro del pozo iba disminuyendo hasta llegar al cimiento, que consistía en una sola piedra redondeada, sobre la cual estaba apoyado todo el encascado.
  Este, visto desde abajo, daba la sensación de estar dentro de una tinaja, estrecha abajo, ancha en el medio para hacer más depósito del agua disponible, estrechando arriba para que el brocal no tuviera más diámetro que un medio metro, anchura que tenía la pared medianera.
  

En algún pueblo que era más difícil la captación de agua en cada casa, había un pozo comunal ubicado generalmente en la plaza, a la que acudían todos los vecinos provistos de la correspondiente soga y caldero.    


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